martes, 4 de febrero de 2025

En Misiones la Crítica Política se Ahoga en Chusmerío

COLUMNA DE OPINIÓN. Muchos saben que en Misiones la verdad duele y el silencio premia, por eso la crítica política en la "tierra colorada" sigue una lógica particular.

Desde hace décadas, la provincia ha estado bajo el control de un mismo grupo político. Esta continuidad ha generado un ambiente de familiaridad donde los ciudadanos han aprendido a convivir con el sistema, a sacarle ventajas cuando es posible y, sobre todo, a evitar confrontarlo abiertamente.

El acceso a beneficios estatales, un contrato, un plan social o hasta un "trabajito" municipal, está atado a la relación con los funcionarios. Cuestionar a una intendencia o al gobierno provincial puede significar perder esos favores, algo que pocos están dispuestos a arriesgar. Además, muchas gestiones municipales están dominadas por intendentes que también son empresarios, lo que extiende su poder a lo económico y laboral. En un pueblo donde todos se conocen, siempre hay alguien cercano que depende de esas estructuras de poder (un primo, un hermano), lo que refuerza la autocensura, o lo que es peor, la defensa obligada del corrupto. 

El miedo y la espiral del silencio

Criticar a un funcionario puede cerrar puertas, esto ha generado un fenómeno conocido como espiral del silencio, descrito por la socióloga Elisabeth Noelle-Neumann: cuando las personas perciben que su opinión es minoritaria o peligrosa, prefieren callar para evitar consecuencias. Así, la crítica política local queda reducida a unos pocos valientes, que muchas veces terminan aislados o desacreditados.

El político y su estrategia de manipulación

Los funcionarios locales han perfeccionado la forma de neutralizar las críticas. Cuando un ex empleado o un ciudadano denuncia corrupción, la respuesta oficial sigue un patrón predecible:

"Si no presenta pruebas es un resentido o un mentiroso. Si tiene pruebas seguro que tiene intereses políticos o económicos…".

Si insiste demasiado, se lo tilda de "loco" o de "quilombero"

Esta estrategia funciona porque muchas veces los denunciantes efectivamente tienen motivaciones personales, como la fatiga de una situación en concreto o la pérdida de un puesto de trabajo, por eso es fácil su deslegitimación. Además, casi nadie va a la justicia porque siente que los jueces que deberían investigar están alineados con el poder.

Las redes sociales han ofrecido una vía alternativa para exponer irregularidades, pero con un efecto limitado. La insistencia en la denuncia, sumada al tono de enojo con el que se presentan, provoca un rechazo generalizado de las personas. En un pueblo chico, el denunciante no es solo una figura pública, sino alguien con una historia personal conocida por todos. Esto refuerza el escepticismo sobre sus intenciones.

Nadie es profeta en su tierra

El ciudadano promedio está predispuesto a desconfiar de quien conoce demasiado bien. Si un vecino denuncia corrupción, lo primero que se evalúa no es el contenido, sino su historia personal: "¿Por qué habla ahora y no antes? ¿Qué gana con esto? ¿No será que está enojado porque perdió un puesto?"

En cambio, cuando la crítica viene de figuras nacionales, la percepción es distinta. El periodista o político que denuncia desde Buenos Aires, por ejemplo, no tiene una historia de vida en común con el receptor del mensaje, lo que permite que su discurso se analice sin los prejuicios personales que pesan en lo local.

Otro factor clave es el tono. A nivel nacional, las denuncias suelen presentarse con ironía, sarcasmo, ya que conocen poco al criticado por lo que mantienen una actitud más relajada. El humor genera empatía y hace que el mensaje sea más digerible. En contraste, los denunciantes locales suelen hablar con enojo, con indignación, lo que genera rechazo: "la gente no sigue a quien está dolido o busca imponer su punto de vista por la fuerza".

Crítica como entretenimiento, no como compromiso

Cuando una denuncia se hace pública, su impacto depende de cómo sea percibida por la sociedad. En Misiones, muchas críticas son vistas más como un espectáculo que como un llamado a la acción, el famoso "chusmerío". No se analiza tanto la veracidad del mensaje, sino su valor de entretenimiento.

Si el denunciante insiste demasiado o no ofrece una narrativa atractiva, su mensaje pierde fuerza con el tiempo. Peor aún, el político denunciado puede convertir la situación en una historia de desamor, donde el crítico es retratado como un "ex despechado" que solo busca venganza. Este enfoque es efectivo porque se basa en experiencias cotidianas que la gente entiende fácilmente, ¿quién no tuvo algún conflicto así en lo personal?

El confort de la mentira frente a la incomodidad de la verdad

Aceptar una denuncia implica reconocer que uno ha sido cómplice pasivo de un sistema corrupto. Esto genera algo llamado: "disonancia cognitiva", un conflicto interno entre lo que se sabe y lo que se quiere creer, por eso muchas veces se resuelve rechazando la crítica. Es más fácil pensar que el denunciante exagera o que "si fuera verdad, todos dirían lo mismo" a aceptar el argumento en sí.

En resumen, los pocos que se animan a exponer la corrupción quedan solos, mientras tanto la historia demuestra que muchas de las denuncias que fueron ridiculizadas terminan por confirmarse, pero para entonces el daño ya está hecho y el ciclo se repite: nuevos políticos, nuevos engaños y la misma indiferencia social. 

En Misiones, "hablar de política" es una cuestión de distancia. Mientras más cerca está el problema, más difícil es aceptarlo. Y mientras más lejos, más fácil es indignarse sin consecuencias.

Daniel Orloff, director periodístico de San Vicente Informa.