Así son las botellas de Club-Mate |
Esta bebida tiene una larga historia. Comenzó a producirse en 1924 en la localidad de Dietenhofen bajo el nombre de Sekt-Bronte. Su radio de popularidad no pasaba de diez kilómetros a la redonda. Su producción sólo se interrumpió durante la Segunda Guerra Mundial. En 1950 pasó a llamarse Club-Mate.
Todo cambió en 1994, cuando la cervecería Loscher compró la receta y comenzó a aumentar la producción. Sin inversión en campañas publicitarias, la clave del éxito fue el boca a boca. Los hackers abastecían sus casas con cajones de botellas, y los jóvenes alternativos probaban distintos tragos alcohólicos mezclando Club-Mate con ron, vodka o Jaegermeister en bares y discotecas. En cada convención internacional de hackers nacían nuevos fanáticos, que luego volvían a sus países con la novedad. Poco a poco fue exportándose y hoy se consigue en más de treinta países, no sólo en Europa, sino también en Canadá, Australia, EE.UU. o Sudáfrica. También surgieron variedades, como té helado o cola con mate.
Muchos reconocen que Club-Mate es un “gusto adquirido”, algo que se refleja en el eslogan de la marca: “¡Uno se acostumbra!”. Este es el caso de Daniel Farbeck, un estudiante alemán que se hizo fanático. “Conocí Club-Mate en el verano de 2009. Para esa época ya era una bebida de moda en los barrios más modernos de Berlín. Me dijeron que necesitaría al menos dos litros para que me gustara. Cuando cambié de ciudad para estudiar, no conseguía por ningún lado. Al final estaba tan desesperado que encargué sesenta botellas”, recuerda. Farberk agrega que la bebida es también un símbolo de estatus social: “Se consume mucho en los círculos de izquierda, como una manera de enfrentarse a productos como Coca-Cola”.
En nuestro país hubo tentativas de popularizar este tipo de bebidas a base de yerba mate. Una de las más recordadas es el caso de Nativa: en 2003, Coca-Cola invirtió 4 millones de pesos para posicionar una bebida con gas a base de yerba. Los argentinos, fieles al mate y a la bombilla, no la aceptaron.
Fuente: Perfil.com, Mauricio Ferrari