Hay un solo camino para llegar a Picada Indumar. Un sendero
rojizo, de tierra y piedra, que a sus costados enseña el paisaje típico de las
colonias misioneras de la llamada Zona Centro: el monte interrumpido, los
pinos, las plantaciones de yerba y té, algún aserradero, las chacras de los
pequeños productores. Al dejar atrás la ruta, toda estampa de urbanidad se
disuelve. Acá, en este camino, todavía los bueyes cansados empujan carros, y
los lomos de los caballos no le hacen asco a nada. Acá se ven hombres y mujeres
de sombreros y alpargatas. El aire, acá en la picada, huele a una mezcla de
resina y pan casero.
Este camino escarlata, lleva la huella de uno de sus
caminantes ausentes, Mario Golemba, nacido y criado en Indumar. En su suelo
polvoriento, Mario aprendió a andar. Sus pasos infantes lo llevaron a la
escuela 438, donde aprendió a leer y a escribir tempranamente.
Una y mil veces
este caminito fue testigo de su andar de polaco alegre, desgarabado, rumbo a la
iglesia donde empuñaba la guitarra y cantaba. Por esta senda, Mario veía salir
el sol cada día cuando iba a trabajar al aserradero, y más adelante, a la
cooperativa, donde su familia comercializaba la yerba mate de cosecha propia.
El 27 de marzo de 2008, a primera hora de la mañana, Mario
dejó su último rastro en la picada. La desanduvo, hacia la ruta, y después al
pueblo, para ir a la terminal. Tenía que cumplir con una consulta médica, en
una clínica situada sobre calle Salta, en el centro de la ciudad de Oberá.
Llegó a destino, y pudo mantener la entrevista con la doctora Serra de Gross.
Promediando la siesta, le envió un mensaje a su novia Angélica, avisándole que
regresaría antes del anochecer. Pero no volvió. Desde ese día, este camino no volvió a saber de sus pies.
Algunos medios, y alguna autoridad policial, osaron decir que "a Mario se
lo tragó la tierra". Bien sabe, esta picada silenciosa, que la
tierra, no se traga a nadie.
Nota: Sergio Alvez
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