El papa Francisco falleció este lunes a los 88 años, tras una última internación en el hospital Gemelli de Roma y dos semanas de convalecencia en su residencia. La noticia fue confirmada por el cardenal Kevin Joseph Farrell, camarlengo del Vaticano, y comunicada oficialmente por la Santa Sede a las 9:52 de la mañana: “Con profundo dolor debo anunciar el fallecimiento de nuestro Santo Padre Francisco. A las 7:35 de esta mañana, el obispo de Roma regresó a la casa del Padre”.
La conmoción es mundial. Apenas ayer, Domingo de Pascua, Francisco se asomó a la logia central de la basílica de San Pedro para impartir su última bendición Urbi et Orbi. “Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz Pascua!”, dijo ante una multitud emocionada. Luego recorrió la plaza en el papamóvil, en lo que terminó siendo una despedida pública inesperada. Su última audiencia conocida había sido con el vicepresidente estadounidense J. D. Vance.
Con 11 años de pontificado, Jorge Mario Bergoglio deja una huella indeleble en la historia de la Iglesia católica. Fue elegido en 2013, tras la histórica renuncia de Benedicto XVI, en un momento marcado por la crisis interna del Vaticano y el escándalo de los abusos sexuales. El primer papa jesuita, primer pontífice no europeo desde el siglo V y primero en adoptar el nombre de Francisco —en honor al santo de Asís, símbolo de pobreza y reforma— llegó con una misión clara: renovar una Iglesia asediada por la desconfianza y las luchas internas.
Con un estilo directo, austero y a veces impetuoso, Francisco sacudió las estructuras vaticanas con una crítica feroz al capitalismo global, una inédita preocupación por el medio ambiente y un llamado constante a volver a las periferias del mundo y del alma. Su encíclica Laudato si’ (2015) marcó un antes y un después en la relación entre la Iglesia y el cuidado del planeta. En Fratelli tutti (2020), denunció los peligros del neoliberalismo y el populismo. Su última encíclica, Nos amó (2024), fue un manifiesto espiritual sobre la necesidad de actuar con el corazón.
No obstante, sus reformas encontraron límites. En la lucha contra la pederastia, impulsó medidas drásticas y forzó renuncias históricas —como la de toda la cúpula episcopal chilena—, pero enfrentó resistencias dentro de la burocracia vaticana. Su voluntad de abrir espacios a las mujeres y de promover una Iglesia más inclusiva encontró entusiasmo y recelos por igual. Permitió la bendición de parejas homosexuales, promovió mujeres a cargos clave de la Curia y llamó a “desmasculinizar” la Iglesia, aunque nunca avanzó sobre la ordenación femenina.
El ala conservadora lo acusó de populista y de desdibujar la doctrina; el progresismo, de no ir lo suficientemente lejos. Pero nadie pudo ignorarlo. Francisco rompió moldes, bajó del trono papal y caminó entre la gente. Escapó de los protocolos, habló con libertad y prefirió los márgenes al centro. En sus 47 viajes apostólicos visitó 66 países, evitando deliberadamente las grandes potencias. Nunca pisó España, pero sí fue a Irak, Sudán del Sur y Lampedusa, símbolo del drama migratorio. Desde allí, en su primer viaje, lanzó un mensaje que marcaría todo su pontificado.
Francisco fue también el primer pontífice en convivir durante años con su predecesor vivo. La relación con Joseph Ratzinger, quien falleció en 2022, fue objeto de intensas especulaciones, pero terminó sentando un precedente en la historia moderna de la Iglesia.
Nacido en Buenos Aires en 1936, hijo de inmigrantes italianos, Bergoglio estudió química y filosofía antes de ingresar en la Compañía de Jesús en 1958. Fue provincial de los jesuitas en plena dictadura militar y ayudó a perseguidos a escapar del país. En 1992, Juan Pablo II lo nombró obispo auxiliar de Buenos Aires y en 2001 fue creado cardenal. Su figura creció con fuerza dentro del Vaticano, al punto de ser considerado uno de los favoritos en el cónclave de 2005.
Finalmente fue elegido en 2013, con 76 años, en un momento de urgencia para una Iglesia sumida en escándalos y alejamiento social. Y aunque muchos creyeron que su papado sería breve, lo convirtió en un proceso de transformación marcado por gestos audaces, reformas parciales y un enfoque pastoral centrado en la misericordia.
Para Francisco, el concepto clave fue siempre “periferia”. No solo en términos geográficos, sino existenciales: allí donde hay sufrimiento, pobreza, olvido. Allí quiso estar. Y desde allí construyó su legado.
En enero de 2025, publicó su autobiografía titulada simplemente Esperanza. Ese fue el mensaje que quiso dejar a creyentes y no creyentes por igual. Un llamado a no temer, a mirar el mundo desde abajo y con compasión. Un legado que ahora deberá recoger su sucesor. Mientras tanto, en Roma, las campanas de luto suenan en todas las iglesias. El Papa del sur ha partido.